GRAMSCI
Escisión, antagonismo y auto-actividad de los
trabajadores frente al capital
La fundación de la revista L’Ordine Nuovo se
dio en un turbulento cruce de aguas que agitaban a Europa y a Italia al fin de
la guerra imperialista de 1914 - 1918. Formados en el ambiente de una cultura
humanística y libresca, en el cual de destacaba el influjo de Benedetto Croce,
los fundadores de la revista -con Gramsci al frente- percibían al necesidad de
actuar en el proceso revolucionario que envolvía al continente. Esta nueva
coyuntura, inaugurada con la irrupción en Rusia de la revolución socialista
internacional, alteró, en la practica, las condiciones de pensar (y actuar)
sobre los problemas de organización, de educación y de la cultura. La revista
nacía, con todo, con el objetivo de "promover el nacimiento de grupos
libremente constituidos en el seno del movimiento socialista y proletario para
el estudio y la propaganda de los problemas de la revolución
comunista".
Hasta ese momento, la reflexión de Gramsci se
centraba en la practica del sistema escolar italiano, que enfatizaba en la
enseñanza técnica destinada a los trabajadores en busca de empleo o en la
enseñanza humanística destinada a la pequeño burguesía, cuyo objetivo era el de
componer los diversos escalones de la administración pública del Estado liberal
- burgués. El desafío era el de pensar una escuela socialista unitaria, que
articulase la enseñanza técnico-científica al saber humanístico. Esta sería la
clave para que los trabajadores pudiesen perseguir su autonomía y desarrollar
una nueva cultura, antagónica a aquella de la burguesía. La lucha de los
trabajadores para garantizar y profundizar la cultura, para apropiarse del
conocimiento, traería consigo el esfuerzo y el empeño para garantizar la
autonomía en relación a los intelectuales y su poder despótico.
Los intelectuales son elementos importantes en la
configuración de una jerarquía de dominio sobre los trabajadores, que sólo
puede ser quebrada a partir de una reflexión propia de los trabajadores sobre
la cultura. De allí el énfasis de Gramsci en la propuesta de creación de una
Asociación de Cultura. Así que "en Turín, dado el ambiente y la madurez
del proletariado, podría y debería surgir el primer núcleo de una organización
de cultura marcadamente socialista y de clase, que sería, junto con el partido
y la Confederación del Trabajo, el tercer órgano del movimiento de
reivindicación de la clase trabajadora italiana" [2].
Las clases dirigente y sus intelectuales son el
enemigo a identificar. Contra ellos deben ser creados una nueva cultura y un
nuevo proceso educativo. La influencia de Sorel es notable en la defensa de la
autonomía del mundo obrero y del antagonismo frente al capital, cuya
subjetividad se debe manifestar en forma material. La presencia del
"espíritu de escisión" se presenta desde luego en el rechazo de la
escuela del Estado y de la Iglesia. Gramsci se debatía, sin embargo, con la
impotencia de las instituciones de la clase obrera (el sindicato y el partido
antes que todo) para dirigir esa educación hacia la emancipación. O, mejor
dicho, para organizar la auto-educación de los trabajadores, puesto que para
Gramsci
"el proletariado es menos complicado de lo que
puede parecer. Se formula una jerarquía espiritual e intelectual
espontáneamente, y la educación intercambiable opera allí donde no puede llegar
la actividad de los escritores y de los propagandistas. En los círculos, en los
encuentros, en las conversaciones frente a los talleres se analiza y se
propaga, tornada dúctil y plástica a todos los cerebros, a todas la culturas,
la palabra de la crítica socialista."
Incluso después de la irrupción de la revolución
rusa y de la enorme efervescencia cultural que inundó las fábricas y el espacio
público, con la formación de numerosos grupos de estudio y de pequeñas
publicaciones, la solución para el problema de la educación autónoma del
trabajo no se dejaba ver. Tanto que L’Ordine Nuovo comenzó sus
actividades como una reseña de cultura socialista, como un transmisor de cierta
cultura ya acumulada, pero subalterna.
El giro en dirección a la praxis ocurrió a fines de
junio de 1919. Quedará claro que la auto-educación de los trabajadores, la
educación para la libertad, no dependía, o dependía menos del sindicato y del
partido y mucho más de los propios trabajadores. Insertados en el proceso
productivo de la riqueza social, los trabajadores fabriles estaban ya dotados
de cierto conocimiento profesional específico. Al trabajo técnicamente
calificado y productivo se debería vincular un conocimiento más amplio de la
cultura científica y humanística, no sólo para poder gerenciar el proceso
productivo, sino también la propia administración pública de un nuevo Estado obrero
y socialista. Así es que los trabajadores, en su propio proceso de
auto-educación, generarían sus intelectuales y sus educadores, educando así al
sindicato y al partido.
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